Los militares nostálgicos añoran las
artes de la guerra del Antiguo Régimen, sus batallas en campo abierto, sus
estrategias, sus batallas, sus derrotados y sus vencedores, el tratado de paz, sus
reparaciones de guerra, su parón invernal y su vuelta a empezar en primavera.
La guerra era un juego de fuerza entre las casas reales, no buscaba aniquilar
al enemigo sino avasallarlo.
El mundo contemporáneo es totalmente
diferente. Las revoluciones liberales del siglo XIX cambian las relaciones
sociales y económicas, y las guerras mundiales del siglo XX transforman las
guerras en totales, enfrentan naciones enteras contra otras. La Segunda Guerra
Mundial enfrentó dos bloques de naciones. Cada bloque pretendía someter al otro
para imponer su política, su economía y su estilo de vida. En el siglo XXI todo se transforma en global, las
materias primas, la producción, el comercio, la economía, la financiación, la
guerra, el sistema político dominante y el sistema político dominado.
La invasión rusa de Ucrania puede ser una
guerra más entre naciones vecinas por intereses territoriales, económicos,
estratégicos, por “maldad” de algún gobernante... O también puede ser el inicio
de un enfrentamiento económico y militar en “terreno neutro” entre dos bloques,
el bloque occidental y los llamados países emergentes. Occidente ha impuesto su
modelo desde que salió vencedor de la Segunda Guerra Mundial y los países
emergentes actuales quieren otro reparto de las riquezas, otro modelo global.
Hasta ahora, Estados Unidos era la
primera potencia mundial económica y militar. La dependencia a todos los
niveles de la Unión Europea dentro del bloque occidental era sinónimo de
seguridad, estabilidad y prosperidad. Pero como nada es eterno, la
globalización económica ha debilitado la supremacía occidental. La riqueza ha huido
de Occidente. El 50% de la financiación mundial está en los paraísos fiscales y
una parte muy importante del otro 50% está en China. Los países emergentes
concentran la producción y el consumo. El capital globalizado ya no tiene su mayor
negocio en Occidente, no se identifica con ningún bloque, también es global. La
primera potencia mundial ya no es Estados Unidos, la primera potencia económica
es China y la primera potencia militar es Rusia.
Desde principios de este siglo, los
países emergentes, con Rusia y China en cabeza, han pretendido terminar con la hegemonía
de Occidente suprimiendo el dólar como moneda de reserva e intercambio mundial.
Esta medida supondría el fin de la superpotencia de Estados Unidos. Pues ese
bloque está en ello, está poniendo a punto un sistema económico y financiero
mundial alternativo. El nuevo sistema tendrá su propia moneda de referencia
cuyo valor se determinará a partir de una cesta de monedas de los Estados miembros.
La existencia de dos sistemas económicos y financieros que competirán entre si
traerá probablemente un cese de la globalización y una división del mundo en
dos bloques. Seguramente la economía occidental no será la dominante.
En
el terreno militar, Occidente también está perdiendo su hegemonía. Mientras
Estados Unidos apostó por su escudo antimisiles, Rusia ha desarrollado sus
misiles hipersónicos Mach 5, o sea, capaces de alcanzar 5 veces la velocidad
del sonido. El Pentágono estima que no es posible que Rusia disponga ya de ese
tipo de armamento. Si Rusia dispone de misiles hipersónicos operativos,
eso significa que las fuerzas armadas rusas pueden alcanzar cualquier blanco
en cualquier lugar del mundo sin que nadie sea capaz de impedirlo, y esos
misiles son capaces de transportar tanto cargas convencionales como cargas nucleares.
En otras palabras, si Rusia dispone realmente de armamento hipersónico
eso quiere decir que el arsenal de las fuerzas armadas de Estados Unidos
y de la OTAN ya están obsoletos.
Es
probable que, en Ucrania, Occidente se esté jugando su modelo económico y
militar que hasta ahora le ha permitido dominar el mundo. La tragedia para los
europeos es que la guerra, entre los dos principales protagonistas, no es en la
estepa siberiana ni en el desierto de Arkansas, sino en Europa. Lo triste para
la Unión Europea es su dependencia energética de los dos bloques. El desastre
de la Unión Europea es la falta de una política común de todos sus miembros, de
una diplomacia común capaz de navegar entre dos corrientes, de hacer frente, o
acercarse, cuando convenga a cualquiera de los dos bloques.
Firmado.: Luis Perant
Fernández
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