lunes, 11 de junio de 2018
GLOBALIZACIÓN Y REFUGIADOS DEL S.XXI.
Hasta hace poco, los Estados se
agrupaban en países del primer mundo, países en vía de desarrollo y países del
tercer mundo. Los Estados del primer mundo tenían el poder político, económico
y militar para explotar regiones, países y continentes enteros según los
intereses de sus respectivas clases altas. Este sistema era eficaz pero muy
costoso.
Los Estados del primer mundo tenían
que “mantener” una clase dirigente autóctona cómplice para ejercer de capataz
frente a los indígenas de los países explotados. Otras veces, para contener
revueltas generalizadas en regiones estratégicas tenían que implantar sistemas
políticos pseudodemocráticos para
disfrazar el expolio de las riquezas locales como defensa de la
democracia y derechos humanos.
El tercer mundo sólo servía para
abastecer de materias primas las industrias del primer mundo, su población no
tenía la suficiente preparación para la fabricación industrial, ni tampoco
dinero para consumir. A su vez, el sistema económico necesitaba la mano de obra
cualificada del primer mundo, y para ello debía asegurar un nivel de vida alto
para garantizar paz social y estabilidad económica, el Estado del Bienestar.
Con los bajos precios de las materias primas, ese sistema económico daba su
beneficio al Estado y a sus clases sociales.
Pero a partir del último tercio del
S.XX empezaron las revoluciones informática, robótica, transportes y
telecomunicaciones que finiquitaron el sistema económico cuasi colonialista en
vigor desde final de la II Guerra Mundial. La industria se modernizó y los
procesos de fabricación se automatizaron. La mano de obra cualificada de
Occidente ya no era necesaria, con simples obreros adiestrados de cualquier
rincón del planeta la fabricación sería mayor y de menor coste. Además, el
negocio del consumo no se limitaría sólo al primer mundo, el consumo también sería
global. El sistema económico anterior que se edificaba sobre el Estado del
Bienestar ya no era rentable para los dueños del capital y tenía que
desaparecer. Para implantar y desarrollar su negocio, el nuevo modo capitalista
global crea un sistema político-económico a su medida: la Globalización de las
multinacionales con sede en los Paraísos Fiscales para escapar de las Haciendas
estatales.
Ahora, el colonialismo del S.XXI
consiste en derrocar Gobiernos e instalar anarquías, son países sin Estado. El
pillaje de sus riquezas y materias primas sigue como antes, pero además, se
pueden instalar industrias contaminantes y cementerios nucleares. Las
oligarquías locales permitían el pillaje porque participaban en el reparto,
pero no consentían la cercanía de las radiaciones nucleares. Este modelo de
desorden anarquista, “el Gobierno de los Señores de la Guerra”, es más
beneficioso económicamente que mantener Gobiernos vasallos, pero también tiene
sus inconvenientes.
Esta nueva forma de colonialismo
fomenta los grupos radicales anti Occidente. En realidad son los Estados
disconformes con esta nueva estratificación mundial quienes financian estos
grupos armados, adoctrinados, radicalizados y entrenados con ideología
nacionalista y radicalidad religiosa. Estos grupos armados siembran el terror
contra los intereses económicos occidentales sin importar los daños colaterales
en la población autóctona, y en las ciudades del primer mundo con acciones
sangrientas impactantes en la opinión pública.
Esta situación de anarquía e
inseguridad fomenta la emigración masiva hacia Europa organizada por mafias.
Con este nuevo panorama, la situación socioeconómica de los países del tercer
mundo se agrava porque son los ciudadanos más jóvenes y mejor preparados los
que se marchan. Pero también es un problema para los países de acogida porque
la externalización de la producción hace que el trabajo sea un bien muy escaso.
Los migrantes, que consiguen llegar a tierra prometida de la libertad y
abundancia, están condenados al desempleo, la marginalidad y la exclusión
social, aunque la huída es la única esperanza de salir del infierno.
Los
ejércitos de USA, Reino Unido y Francia invaden Libia para derrocar al dictador
y liberar a su pueblo esclavizado; instalan la anarquía en Libia y se adueñan
de la mayor reserva de oro del mundo y de su petróleo. Italia, Grecia, Malta y
España, los países de la UE más cercanos al conflicto, deben hacerse cargo de
los refugiados. Este ejemplo se puede extrapolar a Siria, Afganistán, Somalia,
Yemen, Sudán del Sur, Nigeria, Malí, Chad…, América Central y del Sur, sólo
varían los recursos en juego, los intereses políticos regionales y sus
protagonistas.
Sabemos
que Turquía recibe refugiados y dinero, y que dentro de la Unión Europea hay
debate y posturas enfrentadas sobre la acogida de refugiados y su financiación.
Los países ricos “piratas” dicen que ellos mantienen el Ejército y que el
beneficio es para todo Occidente, que la Unión Europea y los demás Estados occidentales
deben asumir “los daños colaterales”. Trump ya ha conseguido más dinero para la
OTAN, realmente para la industria armamentista estadounidense. A ver quién osa
contradecir al jefe pirado.
Fdo.: Luis Perant Fernández