martes, 17 de octubre de 2017
EXTREMISMOS Y TOLERANCIA.
¡Qué desgraciados somos los
españoles! Por una parte tenemos a los progres-nacionalistas-independentistas,
y por el otro lado tenemos a los extremistas-fachas-tradicionalistas. ¿Es que
no quedan ciudadanos a secas? Si sumamos desde los corruptos de guante blanco
hasta los ciudadanos de a pie que se enorgullecen de pagar sin IVA, tal vez
queden pocos españoles que cumplan las leyes.
El comportamiento extremista de los
españoles, y materializado en la Guerra Civil de 1936, podría tener una
explicación. En Europa hubo guerras de religión, que se extendieron
prácticamente a lo largo de los siglos XVI y XVII, y que dejaron millones de
muertos. Este desastre humanitario y demográfico cambió el comportamiento de
los europeos: la tolerancia religiosa invadió todas las mentes, guió y
transformó los comportamientos de los reinos y sus súbditos. La tolerancia surgida
de las guerras de religión fue la precursora del Estado Liberal.
En Europa también se produjeron dos
Guerras Mundiales en el siglo XX que dejaron 100 millones de muertos. Estas dos
guerras fueron frutos de las políticas colonialistas de las potencias
dominantes para adueñarse de las materias primas mundiales, que necesitaban las
industrias de la nueva clase liberal. Se formaron dos bandos irreconciliables con
los mismos intereses y las mismas pretensiones. Estaba en juego la supremacía
mundial, ser el dueño de las riquezas mundiales. Tanto estaba en disputa que los
dos bandos optaron por la “guerra total”, es decir implicar a toda la
población. Esta estrategia sólo podía llevarse a cabo preparando previamente a
toda la población. Se puso en práctica la ideología nacionalista creada por la
Ilustración y expandida en toda Europa por las tropas napoleónicas. Las armas
en manos de los soldados adoctrinados y de las masas nacionalistas embrutecidas
hicieron el resto. De estas dos guerras también se aprendió: fueron las precursoras
del Estado Democrático y de las Organizaciones Supranacionales, precisamente
para terminar con los nacionalismos.
Por suerte, por fortuna o por otras
razones políticas, los españoles no conocimos los horrores de las guerras de
religión, ni de las dos guerras mundiales. Sin embargo, este aislamiento nos ha
dejado secuelas, sentó cátedra en nuestra mentalidad, somos más radicales. Los
españoles no somos, o somos menos tolerantes que nuestros socios europeos. Este
hándicap nos perjudica dentro de la Unión Europea a la hora de formar
coaliciones para defender o proponer políticas concretas, donde se necesita
talante negociador, diplomático y tolerante. Pero también nos perjudica en las
relaciones diarias entre ciudadanos de las distintas autonomías.
Como los españoles no participamos
en las dos Guerra Mundiales, pues tampoco hemos escarmentados de los
nacionalismos. Y nuestros políticos siguen tan alegremente utilizando el instrumento
político nacionalista tan peligroso para la convivencia y la paz social, pero
tan rentable para conseguir votos. Ningún político español valora, o sabe
porque nunca lo pregona, cómo empezó la Unión Europea. El Mercado Común Europeo
nació después de la II Guerra Mundial precisamente para crear un espacio común
europeo alejado de los nacionalismos políticos para no repetir los 100 millones
de muertos.
Algunos podrían decir que sí tuvimos
muchos muertos en nuestra Guerra Civil, y que sí valoramos la tolerancia y la
democracia. Pues no, esa herida se ha cerrado en falso y costará mucho tiempo
en cicatrizar. Desgraciadamente no sirve de ejemplo porque el odio entre
españoles sigue latente. Tal vez para pasar página, esa parte de la Historia reciente
de España debería darse en la enseñanza pública sin tapujos ni complejos, se
debe decir quiénes fueron los constitucionalistas y quiénes los golpistas.
También se ha de enseñar quiénes fueron los extremistas y los intolerantes
antes del 36, durante la guerra y después del 39.
Fdo.:
Luis Perant Fernández