Algunas películas empiezan diciendo:
“Cualquier parecido con la realidad es pura coincidencia…” Algunas veces, el
escritor o guionista inventa una historia ficticia, pero otras, cambia los
nombres de lugares y personas para evitar problemas con los personajes reales,
incluso amenazas. Mi relato se ajusta al segundo ejemplo.
Un día de verano de 2012 en una
ciudad española, son las 11 de la mañana y ya hace mucho calor húmedo. En la
Avenida Mayor, alrededor del Mercado Municipal, hay gran ambiente de compras como
cada día de mercadillo.
Desde la esquina de la tienda de
juguetes, veo unas 10 personas manifestándose en la puerta de la Empresa
Pública. Se manifiestan contra un expediente de regulación de empleo. Algo de
barullo hacen con sus pitos, pero el ruido de los coches lo absorbe y el paso
de los peatones no es obstaculizado, es normal. De pronto, en la misma esquina
de la tienda, para un coche de Policía y bajan dos agentes de la autoridad. Son
dos mozos jóvenes y cachas. Sin preocuparles para nada la presencia de peatones
que puedan oírlos, y mientras se colocan la porra en el cinturón, uno de ellos
dice: “Aquel no ha trabajado en su puta vida”. Y el otro sigue: “Vamos para
allá y nos reímos un rato”.
No sé lo que pasó después porque me
marché, seguramente no pasaría nada, además no me dedico a la narrativa. Lo que
me empuja a contar este hecho es mi indignación, y no tanto por ser policías,
sino por ser policías jóvenes, con toda una vida por delante y con esa mentalidad
de superioridad de la vieja guardia. Yo tengo amigos policías de las décadas de
los años 80 y 90, y de verdad, son agentes de la autoridad. Saben diferenciar
entre “buenos y malos”, entre los que cumplen las leyes y los que las
infringen. También saben del régimen casi militar del cuerpo y cumplen las
órdenes para mantener el orden público, pero sin menospreciar al ciudadano.
Nada que ver con estos cachorros.
Me imagino que en las pruebas de
selección, “la autoridad superior” buscará el perfil idóneo para desempeñar la
labor de agente de la autoridad y servidor público, y que sabrá detectar los
“pistoleros de plástico” para apartarlos de esta carrera tan noble dedicada al
servicio del orden y de la ciudadanía. Por lo menos es lo que creo que debería
ser para garantizar el orden público y la seguridad ciudadana. No creo que seleccionen
aquéllos que no saben diferenciar entre trabajadores y la kale borroka, o que promocionen
a aquéllos que confunden estudiantes de bachillerato con “el enemigo”. ¿O me
equivoco?
En todas partes y colectivos,
siempre hay algún que otro garbanzo negro y esto puede quedar en simple anécdota.
Pero por desgracia, creo que toda nuestra atención está acaparada por esta
crisis económica y estamos descuidando parcelas importantes de derechos
fundamentales. Ya se habla de un desempleo del 25% para 2013. Por tanto, las
previsiones de futuras manifestaciones callejeras autorizadas, espontáneas,
pacíficas o violentas no pueden descartarse y, no es de extrañar, que el poder
ejecutivo esté preparando cambios legislativos y operativos sobre manifestaciones
y desorden público. En política nada es casualidad, todo se planifica. En la
transición democrática fuimos muchos en gritar: “Estado policial NO”.